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Hermosa leyenda del "clavel del Aire"

 Se cuenta una hermosa y triste leyenda sobre el clavel del aire, planta que vive pendiendo de los troncos o ramas de añosos algarrobos o de los pelados peñascos. Refiere la misma que durante una minga, un joven oficial español se enamoró de una indiecita conocida por Shullca, la que en ningún momento correspondió al apasionado amor de aquél. Juró entonces vengarse de la que así despreciaba su cariño, y una tarde en la que la halló sola en la sierra comenzó a perseguirla. La niña, en su desesperación, trepó a la rama más alta de un coposo algarrobo que el viento balanceaba amenazando derribarla. Pidióle el joven con buenas palabras que bajara, prometiéndole respetarla si así lo hacía. Como la niña se negara a ello, le amenazó con su puñal. Lo que no pudo la súplica, menos logró la amenaza. Y entre despechado y furioso arrojó el arma que fue a clavarse en el pecho de la infeliz. Como un pájaro cayó el cuerpo de Shullca en el vacío y tras él, el del oficial hispano. Una gota de sangre alcanzó, empero, a humedecer el tronco del árbol. Y allí nació el clavel del aire, que antes de una flor es, al decir de Joaquín V. González, un rayo de luz modelado en la forma de los lirios místicos, con tres pétalos de suavísimo y casi volátil tejido con la blancura y el aroma de la virginidad seráfica, porque es el alma de la tierra, y encarnada en tan delicioso cuerpo, vive encima de ella, impregnándola de su aliento que es gracia y amor.

 

Clavel del Aire, un nombre
(nota de botánica trinitaria)


Los americanos meridionales lo decimos así. Es el vegetal llamado Bromeliácea Tillandsia recurvata. Tiene hojas fugitivas y flor inesperada en tan frágil andamio de verdes algo plateados.

La palabra clavel se descolgó del latín. Un ojo del Lacio, con lágrima como rocío, miró la semilla de la flor y fue clarísimo: la forma era de un punzante clavo negro. Clavo, clavel. Rematar el vocablo con un sonido "el", fue cosa del labio acostumbrado a pronunciar "fiel", o "miel", cuando nombra aquella ternura que ha cruzado la noche. En los retablos góticos pintaban un clavel para evocar la donación de Jesús que lo llevó a dejarse clavelear al madero.

Y porque esta especie vive suspendida, porque voló sin raíces de las redes húmedas de la tierra, porque prefirió el libre espacio sin márgenes, se le apellidó "del aire". Botánicos turbados llegaron a afirmar que se nutre "de unas huellas de amoníaco" destiladas de la atmósfera por las lluvias. Hoy se sabe que los evangelistas Lucas y Juan tenían prematura razón. Según ellos, el aire del que viven estos claveles es un leve soplo, es el Aliento entibiado en la joven garganta del Hijo al devolver eternamente la respiración que del Padre ha recibido. "Aire" y "Espíritu Santo" son la misma nota musical (sólo las cuerdas de las letras difieren en el hilado de sus fibras sonoras).

Clavel del Aire, vegetal en el vacío, pétalo imposible, locura de riesgo, certidumbre, obediencia al amor gratuito, colorido de estupor, flor desde la Brisa de misericordia.

Pero, algo muy extraño. Es un hecho indesmentible que el clavel del aire sólo pervive si está colgado contiguo a un árbol. Pareciera que tal dependencia se originó en el trance purpurino, cuando María y Juan se arrimaron al Árbol del Gólgota y a los tres claveles voladores, los hundidos en la carne y en la gloria de Jesús.

J. A. L.
 

Piedras